sábado, 6 de junio de 2020

Vacío

Mientras lloraba removía lentamente el cucharón de madera en el caldero.

Las lágrimas resbalaban por sus mejillas tratando en vano de sacar ese dolor que sentía por dentro.
Sus sueños acababan de desvanecerse minutos antes, cuanto un te quiero se clavó en sus oídos.

Miraba vacía aquella olla roja que su madre compró como parte de su ajuar. Como era tradición.
Como era tradición también desposarse con el hombre que la había acompañado hasta entonces. Debía estar feliz, sentirse la princesa del romántico cuento pero aquella declaración no hizo más que romperla en pedazos.

Ella deseaba no ser la destinataria de ese amor que le ofrecían.

La cebolla y el pimiento verde estaban perfectamente ponchados y empezaban a coger un tono dorado. Añadió un poco de salsa de tomate y la carne de media docena de pimientos choriceros que previamente había puesto en remojo para poder quitarles la piel.

Quitarse la piel, esa piel que pedía a gritos calor, eso es lo que deseaba.
Se dio cuenta que nunca sería quién recibiera el cobijo de aquellos brazos pues ya estaba destinada a otros.

Una lágrima calló en la salsa rojiza que hervía formando borbotones para después estallar soltando aire, inundandolo todo con su suculenta fragancia.
Volcó el bol lleno de patatas troceadas dentro de aquel colorido mejunje y volvió a remover lentamente. Las fuerzas flaqueaban para trasmitir más vigor a la receta.

Le hubiera gustado que la odiara, si, que no pudiera verla, que jurara maldiciones por su estampa, en cambio él prefirió confundirla con frases de amante necesitado y condenado a la soledad.

No supo decir que no, cómo podía herirlo de esa manera? Aunque eso supusiera enterrar toda esperanza de una nueva vida con quién su alma le arañaba las entrañas tratándola de hacerla entender que era la única pieza que complementaría su puzzle.

Cogió con el cazo el caldo de pescado que tenía reservado en otro fogón y fue regando con delicadeza las patatas. Después abrió una botella de txakoli. Se la acercó, cerró los ojos, la olfateó minuciosamente y procedió a refrescar su garganta. El gusto era seco y áspero nada que ver con la sensación de saborearlo a unos grados menos de temperatura.
Añadió un chorro generoso al guiso y tras ponerle el corcho lo guardó en la nevera.

El vino comenzó a evaporarse en su cabeza haciéndola recordar conversaciones de comienzos de algo.

Una sonrisa asomaba en sus labios.

Tapó la olla y bajó el fuego.

Se sentó en una de las sillas que rodeaba la mesa y entonces recordó aquel sueño en el que ella y él… frunció en ceño.

 -Era sólo un maldito sueño, nunca pasará- Se dijo enfadada.

 – Nunca estarás aquí-

las lágrimas volvieron a asomar.

El guiso comenzó a hervir y a envolver el ambiente con su vapor.
Se levantó y añadió más caldo para evitar que se resecara demasiado.

Reseca estaba su boca, sus tripas, sus ganas.

Cogió la rodaja de bonito. Le quitó la piel, desprendió la carne de la gruesa espina en forma de cruz que portaba en medio. Hizo dados del tamaño de la yema de un dedo y los aderezo con sal y pimienta.
Echó el pescado sobre las patatas. Tapó la olla y agarrándola con firmeza por las asas, la agitó varias veces para revolver el interior.
Apagó el fuego y dejó reposar el marmitako.

Había terminado pero se quedó un rato inmóvil mirando al fuego apagado como si sintiera que aquel hombre con su alianza hubiera apagado el suyo.

Agachó la cabeza y se agarró a la encimera. Y es entonces cuando volvió una vez más a sentir esos brazos enredarse en su cuerpo. Un susurro
  – ya estoy aquí-

Cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación de serenidad que le trasmitía el calor de ese cuerpo. Puso sus brazos sobre los de él y agarró fuerte sus manos.

- Llévame contigo-

Se giró y abrió los ojos. Mirándole, deslizó sus manos por su cara. Se podía ser más feliz?

Un sonido estridente la asustó haciéndola temblar.

- Maldita sea, otra vez soñando-  se maldijo.

Se dirigió al teléfono. Su madre le daba la enhorabuena por la futura boda.

El plato quedó soso;

- En qué estaría pensando?, se me olvidó la sal.-


7 comentarios:

  1. llegando ya al final, me vino a la mente la imagen de estas muñecas rusas: las matrioshkas. Donde hay un dentro de otra. Lo digo por lo de estar en varios niveles; sueño, imaginación y pensamiento. Espero que la historia continué y de un giro de trama, para bien, claro. ʕ•́ᴥ•̀ʔっ :)

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    1. Uy no sé si seguirla, me gusta como queda con este aire dramático. Gracias Don Diego.

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  2. Jo, María, lo que escribes parece poesía, poesía de la buena. Puedo sentir lo mismo que la protagonista y lo mezclas muy bien con la elaboración del marmitako (qué hambre, por cierto). Sin embargo, e igual soy yo, me confundo un poco porque no llego a entender del todo si la protagonista está feliz o no de que se vaya a casar, o si en realidad quería a otra persona que ya no está. Le daré otra vuelta por si acaso.

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    1. Gracias Rosalía por ver tanta poesía. Me emociona de verdad. La trama he intentado que quede clara y si no que cada uno interprete la historia a su gusto, lo prefiero a aclarar lo que yo quería trasmitir.

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  3. Boom! A mí me ha gustado mucho, de lo mejor que te he leído... Estoy con RP, me gustan las 2 historias que cuentas: la receta (me encantaría probarlo) y la del amor imposible (yo entiendo que se casa con otro)
    Y lo mejor es lo de la sal....la sal, parece estúpido olvidarse de algo tan importante y cuántas veces lo hacemos...

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  4. Muchas gracias Kobbe! Has entendido lo que quería trasmitir. Y lo de la sal, es lo de siempre, se olvida pq tenemos la cabeza en mil cosas.

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  5. Cuando te da por el rollo apasionado me dejas sin aliento! Ejemplo de que menos a veces es más.
    Igual que Rosalía, la receta es parte de la historia y no un postizo o una anécdota. Era como ver a Tita entre los fogones llorando por su amor imposible.
    Te quité un punto por el final, sino habrías empatado con RP. Me sacó de la historia de un sopapo y me habría gustado quedarme un poco más.

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