jueves, 11 de junio de 2020

Cita a ciegas 1

Me sentía afortunada. 

Había conseguido una cena gratis en el mejor restaurante del mundo, el Lasarte de Martín Berasategi. Para mi la cuna del buen hacer, la honradez y modestia de un gran chef de nuestro tiempo. A pesar de ser giputxi. Ya se sabe, bilbaínos y gipuzkoanos siempre tienen ese pique sano, los primeros fanfarrones y rudos y los segundos pijos y finos pero todos con algo en común, las diferencias se arreglan ante una buena mesa y un rioja en su punto de temperatura o un fresco txakoli si se desea.

Pues eso, después de recorrer casi todos los Estrella Michelín de Bizkaia, tocaba mi paso a la abrupta Gipuzkoa, Arzak, Subijana, Aduriz… y así hasta once sitios dónde disfrutar de una creatividad materializada en sorprendentes platos. 

Pero mi favorito siempre ha sido Berasategi. Recuerdo cuando hace pocos años le nombraron tambor de oro en las fiestas de Donosti. Martín no sabía dónde meterse. Entre su timidez y su emoción parecía un ratoncillo rodeado de hambrientos gatos.

Elegí para ir un día de verano. Quería desplazarme hasta la verde provincia en una época que me garantizara el buen tiempo, o al menos que la probabilidad de lluvia fuera la mínima posible.
Preparé una pequeña maleta con idea de pasar el fin de semana visitando diferentes localidades.

Llegada la hora, cogí el autobús y  me puse a mis Marea mientras ojeaba el paisaje.

Hora y pico después llegué a la Bella Easo. Pasear por Donosti es raro, parece un pueblito en eternas vacaciones y sin embargo esa sensación contrasta con la gente trajeada que aceleradamente transita en idas y venidas al trabajo.

Busqué el pequeñito hotel dónde iba a alojarme por un día y tras dejar los bártulos me di un paseo hasta la estación de autobuses para dirigirme a Lasarte. 

En a penas 20 minutos ya estaba allí, una pequeña ciudad en un valle rodeado de montes.

El tiempo se me echaba encima y no pude hacer un pintxo pote como es de rigor así que me presenté en el restaurante.

Una joven muy amable me recibió, recogió mis pertenencias y me acompañó a la mesa.
Atravesé detrás de ella el amplio comedor con mantelería blanca que reflejaba la luz que entraba por los gigantescos ventanales a través de los que se podía disfrutar de unas hermosas vistas del monte.
Al llegar a la mesa me encontré que ya había alguien sentado en ella.

- Tiene que ser un error.-  le comenté.-  Yo vengo sola. –

- No, señora, el caballero le acompañará en la comida. Ambos ganaron el concurso.

La camarera se despidió amablemente y se dirigió devuelta a la recepción.

Intrigada y desconcertada comencé a intentar vislumbrar quién era mi cita a ciegas pero se agazapaba detrás de la carta del menú.

4 comentarios:

  1. Hay una parte en donde me tropiezo. Cuando hablas de Martín, saltas de un narrador a otro muy bruscamente. En fin. Ya estoy ansioso por saber lo que pasará bajo el mantel. Un divertido y sano juegos de pies, sugiero ;) Jajajajaja

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  2. Oioioi a ver cómo sigue esto, estoy ansiosa.

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  3. Qué envidia dais con tanto cocinero estrella, aunque la verdad, creo que en tu tierra, vayas a donde vayas, se come (y se bebe) de vicio. Yo al menos no encontré un sitio malo.
    (A ver, si hay postre en el de Berasategui, jejeje)

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  4. Jejjeje, bueno escribo tarde el comentario pero os he tendido en ascuas y si, la verdad q aquí se come muy bien Id pero por vuestra zona tamb es una gozada!

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