miércoles, 3 de junio de 2020

Reflexión en voz alta

Cuando era pequeña, creo recordar que en mi preadolescecia, hubo una temporada en la que no era capaz de mirarme al espejo. Me vestía con lo primero que encontraba, y bueno, si, a ver,  me miraba, pero solo de cuello para abajo, por eso de no llevar la camiseta torcida o el pantalón doblado por encima del zapato. Pero no me miraba a la cara. No me gustaba y me daba vergüenza lo que veía. Ahora mismo no sabría decir por qué, no me acuerdo, solo sé que bajaba la vista rápidamente para no mirarme. Se me revolvía el estómago, me sentía ridícula y aunque no lo conseguía, me daban ganas de llorar.

Aunque con esta presentación no lo parezca, soy feliz. Sí, por naturaleza soy feliz. Pero no feliz en plan taza de desayuno: "Lo único imposible es no lograrlo", feliz, feliz por carácter. ¿Quizás entonces mejor la palabra es jovial? En cualquier caso soy de las que se ríe siempre e intenta, al menos, sacar una sonrisa. Me siento bien al ver a la gente de mi alrededor con las comisuras de la boca elevadas hacia arriba.

Durante algo más de dos meses, en medio de un periodo de éxtasis, me sentí rozar el cielo con la punta de los dedos con esa felicidad, y, a pesar de estar en una situación difícil, me sentía plena. Sentía que era capaz de conseguir cualquier cosa, o al menos de saber valorar lo que ya había conseguido y sentirme orgullosa. Sabiendo que no era la mejor época para tomar decisiones, ignoré las ensseñanzas del cuento de la lechera e hice un montón de planes para "un después", que, según mi criterio, la voz de mi cabeza que siempre dice que eso no es una buena idea, esta vez lo aprobaría.

Pero no.

Hoy, y desde hace una buena temporada, y como hice hace más de quince años, he vuelto a bajar la vista en el espejo para evitar mirarme a la cara, a pesar de que me juré prometerle a la pequeña Rosalía que eso no me iba a volver a pasar. Me veo con ojeras, pálida, sin saber muy bien qué hacer con la maraña de pelo y con el resto del cuerpo.
Quizás, a diferencia de en mi preadolescencia, ahora soy más reflexiva y me hago terapia a mi misma haciéndome ver que no todo esta mal, que he conseguido unos estudios que me gustan y me puedo sentir orgullosa del trabajo que he hecho hasta aquí. Pero aún así es suficiente, esa sensación horrible está ahí.

Y es que creo que hay pocas sensaciones peores que la de que la realidad te de un golpe en la cara. Sucede en apenas un segundo: te sube un sudor frío por todo el cuerpo, el cual sientes que ha doblado su peso, te da un vuelco enorme el corazón y se te pone un dolor en la boca del estómago. Y luego está el run-run que se te instaura en la cabeza y no se va ni subiendo la música de la radio del coche: ¿Y si hubiese hecho esto? ¿Y si siempre fue de esta manera? ¿Y si nunca fue así? Y ya nada vuelve a ser igual.

Sucede, curiosamente, que en medio de esa horrible sensación, a veces encuentro la calma porque siento que si estoy así, es porque he conseguido ver la realidad sin una venda en la cara, aunque duela como mil demonios. Y eso me parece irónicamente maravilloso.

Por eso a veces me asalta la duda de ¿qué merece la pena más: sentirte pleno y rodeado de felicidad o con un quintal en el cuerpo por ver la realidad? A veces no es fácil encontrar el punto intermedio.


6 comentarios:

  1. Te conozco poco, pero a mí me gustas... Al menos me gusta la parte que conozco

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    1. Jajaja. Muchas gracias, Kobbe. Es bueno escucharlo de vez en cuando.

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  2. Rosalía, tus letras muestran algo por lo que creo q hemos pasado todos. La autoestima, la aceptación. Cuando vas creciendo te encuentras de repente sin ellas, desnuda, quedan atrás los algodones de la familia y uno se enfrenta al yo del espejo. Uff etapa chunga. Yo también lo pasé mal.
    Cuándo uno empieza a verse de otra manera? Quizá como dices cuándo se empiezan a logras cosas por uno mismo, pero creo q pocos lo alcanzan del todo. Siempre quedará algún resquicio de duda sobre uno mismo. Merece la pena? Pues no, la vida es corta y sin marcha atrás.
    Mi gata para muchos es fea, y sin embargo ella es cariñosa, simpática, no es consciente de sí es o no bella. A veces deberíamos de tener menos raziocinio para poder disfrutar, vivir sin más.
    Qué plasta me he puesto.

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    1. Puede que tengas razón Mery. Lo ideal sería crecer y dejarse fluir. Me gustaría ser como esa gata.

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  3. Cada uno de nosotros lleva en su espalda su propia, y muy pesada, montaña de problemas y traumas. Es bueno ventilar eso que aflige, ya vendrá la tranquilidad después de pasar la tormenta. Animo, Rosalia, sí se puede. :)

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  4. Ya sabes lo que opino de tu texto, RP, pero le has añadido la guinda. Ahí reside para mí le auténtica fuerza, por eso eres una persona FELIZ:
    "...en medio de esa horrible sensación, a veces encuentro la calma. (...) Y eso me parece irónicamente maravilloso."
    Hay que tener dos ovarios como dos pelotas de baloncesto para llegar a ese punto. No sé si hay envidia sana o no, pero yo te envidio mucho y es por esos "ojos" que tienes. Ahora entiendo de donde sale el toque de tus historias. Me has emocionado.

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