- Un mes llevamos ya desde que se anuncio la vacuna y aquí seguimos, encerrados en casa y poniéndonos como cerdas.
- Una cosa es que se descubra y otra que nos llegue a los don nadie. Nosotros seremos los últimos monos – mientras habla, Pangolín observa a su compañero medio tumbado en el sofá. En esa posición se le forma una pequeña pancita donde antes lucia los abdominales. Hace tiempo que se olvidó de las tablas de ejercicios y los zumos de fruta de frutas exóticas. Últimamente recurre a los procesados para intentar ahogar la ansiedad.
- Pues yo necesito ir a la estética a que me hagan la depi. Entre las ojeras y estas cejotas, parezco un mapache de resaca.
- Yo no sé porque te quejas tanto Papaya, yo todo lo que sea no tener que currar... además ¿tú no eras antivacunas? Decías que eran herramientas del gobierno para controlarnos y que dejaban a los niños tupis
- Pero esas son de otro tipo, las que nos imponen la industria farmacéutica para llenarse los bolsillos...
- Ah... ¿pero esta vacuna si la quieres no? - Pangolín se ha levantado a por algo de picar y mientras lo hace aprovecha para seguir divirtiéndose a costa de su compañero.
- Es diferente...
- Es decir ¿que renuncias al reiki como salvación, no? - dice cuando se sienta en el sofá sin ofrecerle a su compañero.
- ¡Dame la maldita bolsa de patatas y déjame tranquilo! - mientras Papaya devora sin medida y prácticamente sin masticar, Pangolín mira por la ventana.
- Papaya... ¿Te sabes el de la hija del militar?
- No Pangolín.
- Pues es una chica que va a hacerse las pruebas para entrar en el ejercito. Al volver a casa cuando su padre le pregunta que como le ha ido, la chica le dice que le han rechazado por ser demasiado baja. Entonces el padre dice: vaya, en el ejército no se andan con chiquitas...
Un chiste de altura, jejeje
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