ALENA
Alena es piel que se disuelve en el torrente del sol. Cada
mañana, cuando el astro rey está en camino rumbo a la alta torre del cenit,
Alena abre las puertas de cristal que dan al jardín interior. En ese momento
deja de ser carne, deja de ser labios y finas manos, para convertirse en luz y
perfume que se dispersan por la estancia, suben las escaleras, inundan los
armarios cerrados, dan viveza a las plantas de sombra, se cuelgan de las
lámparas del techo e irisan sus cuentas de cristal. Son las horas en que no existen obstáculos entre nosotros. Ella, convertida en efluvio de vainilla y alhelíes me acompaña en
cada acto, cada paso, cada respiro. Entonces somos solamente eso: presencias, aromas, muebles, silencios. Son los fugaces instantes en que en verdad nos
pertenecemos.
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