Disculpen mi ausencia. Vuelvo con un viejo cuentecito de mi propia cantera. Deseo que sea de vuestro gusto y agrado.
Espero ponerme al día con todo lo publicado. En breve haré comentarios.
Abrazos
Había una vez un redil con su rebaño en el que habitaba una pequeña y blanca corderita llamada Cornelia. De su cuello colgaba un collar compuesto por un lacito rosa del que pendía una diminuta campanilla. Cornelia pastaba fuera del redil, en el campo, una vez al día en compañía, recolectando margaritas para el almuerzo.
Los atardeceres los pasaba mirando hacia afuera, desde dentro del redil se asomaba a la valla atenta a los otros animales que solían merodear por el lugar. Un día se fijó en un gran lobo gris. Cruzaron la mirada durante largo rato. Cornelia se preguntó por qué aquel lobo la miraba de esa forma tan rara. Sintió un repelús al pensar que quizás lo que quiere ese lobo es apresarla y comérsela. Fueron tantas veces las que su madre cabra le advirtió: “No te atrevas a salir de aquí”. Aun así, sin que se diera cuenta, cuando Cornelia conseguía escapar, salía a pasear sola, con su lacito rosa y su campanilla que no dejaba de sonar. Saltaba entre ramas, arbusto, árboles y con otros animales jugaba. La blanca corderita sentía que quería correr por la montaña, también. Y se iba tan lejos que casi olvidaba la hora de volver. Una vez, Cornelia sorprendió al gran lobo gris distraído, comiendo. Masticaba carne de gacela. Cornelia empezó a sentir un fuerte deseo de escapar al verlo tragar. Quedó admirada de aquello. De vuelta al redil contó lo que vio, y escandalizados sus amigos, y no sin envidia, le dijeron: “Eres rarita, corderita. Piensa que ahí fuera hay fieras peligrosas que te pueden robar el lazo. Además de dañar tu encanto” Aquellas palabras no le provocaban miedo, no la asustaban, pues, Cornelia era valiente, y nada temía.
Aunque no se daba cuenta de cuál era su diferencia se sentía distinta a las demás. En su adolescencia era capaz de correr más rápido que las otras corderitas del redil. Su cuerpo se empezó a formar fibroso y musculado. Al crecer, Cornelia se dio cuenta que dentro de su boca crecían dientes blancos como perlas, fuertes como el hierro y largos como los cuernos del cordero Jaime.
Una mañana temprano despertó con hambre, pero no quería comer verdura. A ella le apetecía comer carne fresca. Soñaba despierta con llenar su barriga con ese líquido rojo con sabor acido herrumbroso. Se le hacía la boca agua de pensar en los cuajarones. Se pirraba por lamer sangre.
Sin avisar a nadie Cornelia salió al campo. Se adentró en el bosque y allí encontró un pajarito en el suelo. Se había caído del nido. Al ver que nadie venía en su ayuda se lo comió. Mientras masticaba los frágiles huesecillos tuvo cuidado de no tragar el pico, pues, no quería que se le clavara en las tripas. Recordó que alguien, alguna vez, le dijo: “No te fíes de los pájaros de pico fino. Desgarra las tripas si lo tragas y daña el corazón”.
La siguiente víctima fue la indefensa cría de una rata. Su tercera caza fue un ave rapaz algo más grande. Y así, sin poder parar dedicó varias horas al alimento de su ansiedad. Sintió que era feliz, aquello de cazar le gustaba. En un descuido fue descubierta por el gran lobo gris, el mismo que siempre la observaba desde fuera del redil. El gran lobo le habló. Contó que un invierno frío y helado la manada extravió a una pequeña lobezna blanca como ella. Dijo que un hombre se la llevó consigo y no la pudieron rescatar. Desde pequeña fue engañada por el hombre que guarda corderos, cabras y perros. Con ellos la criaban, encerrada. Cuando en verdad es loba y no cordera. También añadió, con un brillo de ilusión en la mirada: “Ahora sé que no es demasiado tarde para recuperarte”. Así fue como la falsa corderita descubrió su verdadera procedencia. Supo que fuera del redil la esperaba su verdadera familia de lobos. Al volver a su origen dejó atrás el complejo que los corderos le provocaban al decir de ella que era rara. Se rió al saber que los raros eran ellos que no se enteraban de nada.
La duda que tengo es cómo a la "cordera" no se le ocurrió comerse a los otros corderos, más aún cuando la llamaban rarita. Ya puestos a dar que hablar...
ResponderEliminarPuede que no fuese tan malvada como para comerse a sus compañeros de redil.
EliminarA veces las cosas más obvias nos pasan de largo; o simplemente, no las queremos ver.
ResponderEliminarQuizá sea falta de comprensión entre especies.
EliminarPero si su madre era una cabra, no era una cordera... Bueno, salvado ese lapsus, la historia es curiosa, aunque no entiendo la moraleja q quieres trasmitir.
ResponderEliminarMery en aquel redil había de todo. La corderita en sí tampoco era hija de una oveja. Era adoptada.
EliminarGracias por el detalle.
Moraleja: Cornelia fue criada y educada erróneamente.
Me ah gustado bastante este cuento, más que el de las princesas. Sí, cada quien tiene sus gustos. En algún momento me imagine que era perrita, pero con sangre de lobo. Los corderos no ven, y ni saben, más allá de lo que esta en su corral, por eso de tratarla de rara. Repito, me gusto bastante el cuento.
ResponderEliminarGracias DonDiego. A mi también me gusta mucho este cuento por la moraleja.
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