domingo, 26 de julio de 2020





CACERÍA

En cuclillas agazapado detrás de un árbol, Gonzalo se sentía devorado en vida por una nube de mosquitos. Llevaba más de una hora en la misma postura, sudoroso y lleno de barro, solo en la selva… pero no quería moverse para no perder de vista la trampa donde, con algo de suerte, podría atrapar a aquel felino fascinante, un ejemplar parecido a un tigrillo pero con extrañas franjas de color amarillo y marrón a lo largo de las cuatro patas y la cola. También parecía tener el hocico algo más alargado y las orejas más puntiagudas, parecidas a las del lince. En resumen, se trataba de una especie de la cual no se tenía registro hasta ese momento.
Y atrapar un ejemplar vivo significaba su oportunidad para destacar por fin entre la comunidad científica. No había hablado con nadie de su descubrimiento, quería la gloria para él sólo. Por la misma razón, no llevaba acompañantes.
Como era científico y no cazador, pensó que lo más razonable era comprar una trampa de buen tamaño y armarse con un rifle de dardos tranquilizantes. Ni que decir del descomunal esfuerzo que le supuso arrastrar el artefacto desde la camioneta, hasta unos 300 metros adentro de la jungla sin ayuda alguna, para después camuflarla y colocar el sebo. Pero se sentía orgulloso de haberlo logrado.
Tan ensimismado estaba que no reparó en qué momento el animal ya estaba olfateando en la entrada misma de la trampa. Aguantó la respiración. Se escuchó un ¡task! y vio cerrarse la compuerta. No hizo ningún aspaviento o gesto de celebración, no había nadie cerca a quien presumir. Lentamente se fue incorporando, las piernas le hormigueaban y tardó unos segundos en que le respondieran. Cuando pasó el hormigueo, comenzó a avanzar paso a paso, con el rifle apuntando.
Comenzó a quitar el camuflaje que ocultaba el artefacto. Estaba vacío. Era imposible, él había visto como el mamífero entraba al interior para quedar preso sin remedio. Otro ruido lo hizo voltear con rapidez: al lado del tronco donde se había estado ocultando, estaba su presa. Sus enormes ojos lo miraban de una forma que Gonzalo habría podido interpretar, si no como desprecio, sí con un marcado tono de insolencia. Entonces el felino se incorporó sobre sus dos patas traseras, alzó las delanteras a la altura de las orejas, y con una mueca burlona sacó la lengua, acompañada de un sonoro “¡prrrtt!”.
La reacción de Gonzalo fue inmediata: levantó el rifle y disparó. El dardo salió en cámara lenta mientras entonaba el Himno a la alegría de Beethoven, para enseguida cobrar velocidad. El felino no se amedrantó. Antes de ser alcanzado por el proyectil, sin cambiar su postura, se dobló hacia arriba como si fuera un acordeón; el dardo pasó rozando sus patas traseras, con el dardo profundamente decepcionado al ver que nadie se maravillaba con su facilidad para alcanzar las notas más altas de la canción. El cazador volvió a disparar, el dardo a cantar, y el tigre repitió la faena, sólo que esta vez doblándose hacia abajo.
A unos metros de distancia, una nube de mosquitos se divertía a más y mejor con la escena, que se habría repetido hasta que el hombre se quedara sin dardos, pero el cuadrúpedo no parecía estar muy interesado; así que, volviendo al comportamiento usual de cualquier felino, dio media vuelta y se internó entre la espesura de la jungla. Por supuesto que Gonzalo no iba a dejar escapar su boleto para llegar a las grandes ligas así como así. Soltó el rifle, agarró un camaleón al cual estiró hasta darle la forma de un bokken[i], y se lanzó en su persecución. No corrió mucho, la dificultad para avanzar entre la densidad de la jungla, el pegajoso barro, la pesadez de la humedad reinante, le detuvieron con rapidez. Para su fortuna, el felino tampoco se había desplazado mucho. Cuando dejó de jadear, el cazador se plantó de frente a su presa, blandiendo su bokken-camaleón. El animal aceptó el reto, parándose de nuevo sobre sus patas traseras y adoptando una pose clásica de taijutsu[ii], invitándolo a atacar.
Gonzalo no inició la refriega a tontas y locas; si bien no era un gran peleador, tampoco era un simple nerd. Lanzó algunos mandobles que fueron esquivados con suma facilidad. Cuando pensó que ya tenía dominada la distancia, se lanzó en serio. El felino se vio forzado a defenderse en forma, al notar que la espada multicolor zumbaba cada vez más cerca de su cuerpo. Aun así, consiguió esquivar cada uno de los ataques. En un momento dado, aprovechando una estocada directa de su rival, el cuadrúpedo saltó por encima de su atacante, giró 180 grados y le propinó una sonora nalgada con su garra. Los simios que presenciaban el combate aplaudieron entre carcajadas. Uno soltó su coco con vodka, el cual cayó noqueando a una serpiente que presenciaba se divertía enrollada en el suelo.
Aquello despertó la furia del cazador. No por la nalgada, no por las burlas, sino porque al momento de caer se le salió su dentadura postiza. Ya de pie recuperó su dentadura -que no el orgullo-, y aprovechando la serpiente descalabrada, usándola a manera de látigo, consiguió enredar las patas traseras de su presa. Esta cayó al suelo sin remedio. Entendiendo que no tendría otra oportunidad, Gonzalo soltó la bokken-camaleón, sacó un enorme cuchillo tipo bowie, el cual gritó “¡Ya llegué hijos de su &#%$!” al verse feliz ante la oportunidad de entrar en acción, y se arrojó encima de su víctima, a la que pudo asir con firmeza por el cuello.
En su declaración, los dos policías que iban en la patrulla dijeron haber detenido al sujeto justo antes de que matara a un gato callejero con un arma blanca. Otros testigos afirman que vieron al hombre desde mucho antes, dando vueltas en el callejón de manera sospechosa, desnudo además de la cintura hacia arriba. También se le encontraron dos dosis de fentanilo en los bolsillos. Cuando fue identificado y acudieron a la universidad donde laboraba, el encargado refirió a la policía que ya se la había amonestado en dos ocasiones al doctor Martzen de que se abstuviera de usar el laboratorio escolar para experimentar con drogas. Esta vez sería expulsado del campus. En cuanto al gato, el pobre animal que ni la debía ni la temía, fue resguardado por una asociación privada, y al poco tiempo adoptado por una familia que lo amó hasta el final de sus días. Al menos para uno de los dos, la cacería tuvo un final feliz.





[i]  El bokken es un sable de madera utilizado en diversas artes marciales provenientes de Japón, principalmente para entrenamientos.


[ii] El taijutsu es un sistema de arte marcial sin armas, de combate cuerpo a cuerpo, en el cual se agrupan diversas técnicas.


7 comentarios:

  1. Me lo tomé en serio hasta el dardo que cantó el himno de la alegría, luego ya me esperaba cualquier cosa. Divertido, por momentos me parecía ver dibujos animados.

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  2. por un momento imagine que esta por atrapar a un tigre de Tasmania o algo similar, luego ya empezó a girar a un sentido humorístico. Hay parte que me gustaron y otras que simplemente no me hicieron nada. Aun así se nota que le pusiste empeño al trabajo. Gracias por participar, buen Camelot.

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  3. Precisamente esas imágenes tenía en mente Indigo, algo muy próximo a las caricaturas animadas que solía ver de niño.

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  4. Interesante cacería de un gato tras tomar vete a saber qué porquería. Menos mal q al gato lo adopté yo jajjaa

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  5. Jajaja, que bueno que terminaste adoptando al gato, Mery.

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  6. Trato de informarme sobre muchos detalles antes de iniciar un relato, DonDiego. Aunque no lo creas, la idea del Demonio de Tasmania sí pasó por mi mente, pero pensé mejor en algo desconocido.

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  7. Si no aparece una chica desnuda en el primer punto y seguido acabará aburriendo a la concurrencia en el primer párrafo.

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