CACERÍA
En cuclillas agazapado detrás de un árbol, Gonzalo se
sentía devorado en vida por una nube de mosquitos. Llevaba más de una hora en
la misma postura, sudoroso y lleno de barro, solo en la selva… pero no quería
moverse para no perder de vista la trampa donde, con algo de suerte, podría
atrapar a aquel felino fascinante, un ejemplar parecido a un tigrillo pero con
extrañas franjas de color amarillo y marrón a lo largo de las cuatro patas y la
cola. También parecía tener el hocico algo más alargado y las orejas más
puntiagudas, parecidas a las del lince. En resumen, se trataba de una especie
de la cual no se tenía registro hasta ese momento.
Y atrapar un ejemplar vivo significaba su oportunidad
para destacar por fin entre la comunidad científica. No había hablado con nadie
de su descubrimiento, quería la gloria para él sólo. Por la misma razón, no
llevaba acompañantes.
Como era científico y no cazador, pensó que lo más
razonable era comprar una trampa de buen tamaño y armarse con un rifle de
dardos tranquilizantes. Ni que decir del descomunal esfuerzo que le supuso
arrastrar el artefacto desde la camioneta, hasta unos 300 metros adentro de la
jungla sin ayuda alguna, para después camuflarla y colocar el sebo. Pero se
sentía orgulloso de haberlo logrado.
Tan ensimismado estaba que no reparó en qué momento el
animal ya estaba olfateando en la entrada misma de la trampa. Aguantó la
respiración. Se escuchó un ¡task! y vio
cerrarse la compuerta. No hizo ningún aspaviento o gesto de celebración, no
había nadie cerca a quien presumir. Lentamente se fue incorporando, las piernas
le hormigueaban y tardó unos segundos en que le respondieran. Cuando pasó el
hormigueo, comenzó a avanzar paso a paso, con el rifle apuntando.
Comenzó a quitar el camuflaje que ocultaba el artefacto.
Estaba vacío. Era imposible, él había visto como el mamífero entraba al
interior para quedar preso sin remedio. Otro ruido lo hizo voltear con rapidez:
al lado del tronco donde se había estado ocultando, estaba su presa. Sus
enormes ojos lo miraban de una forma que Gonzalo habría podido interpretar, si
no como desprecio, sí con un marcado tono de insolencia. Entonces el felino se
incorporó sobre sus dos patas traseras, alzó las delanteras a la altura de las
orejas, y con una mueca burlona sacó la lengua, acompañada de un sonoro “¡prrrtt!”.
La reacción de Gonzalo fue inmediata: levantó el rifle y
disparó. El dardo salió en cámara lenta mientras entonaba el Himno a la alegría de Beethoven, para
enseguida cobrar velocidad. El felino no se amedrantó. Antes de ser alcanzado
por el proyectil, sin cambiar su postura, se dobló hacia arriba como si fuera
un acordeón; el dardo pasó rozando sus patas traseras, con el dardo
profundamente decepcionado al ver que nadie se maravillaba con su facilidad
para alcanzar las notas más altas de la canción. El cazador volvió a disparar,
el dardo a cantar, y el tigre repitió la faena, sólo que esta vez doblándose
hacia abajo.
A unos metros de distancia, una nube de mosquitos se
divertía a más y mejor con la escena, que se habría repetido hasta que el hombre
se quedara sin dardos, pero el cuadrúpedo no parecía estar muy interesado; así
que, volviendo al comportamiento usual de cualquier felino, dio media vuelta y
se internó entre la espesura de la jungla. Por supuesto que Gonzalo no iba a
dejar escapar su boleto para llegar a las grandes ligas así como así. Soltó el
rifle, agarró un camaleón al cual estiró hasta darle la forma de un bokken[i],
y se lanzó en su persecución. No corrió mucho, la dificultad para avanzar entre
la densidad de la jungla, el pegajoso barro, la pesadez de la humedad reinante,
le detuvieron con rapidez. Para su fortuna, el felino tampoco se había
desplazado mucho. Cuando dejó de jadear, el cazador se plantó de frente a su
presa, blandiendo su bokken-camaleón.
El animal aceptó el reto, parándose de nuevo sobre sus patas traseras y
adoptando una pose clásica de taijutsu[ii],
invitándolo a atacar.
Gonzalo no inició la refriega a tontas y locas; si bien
no era un gran peleador, tampoco era un simple nerd. Lanzó algunos mandobles
que fueron esquivados con suma facilidad. Cuando pensó que ya tenía dominada la
distancia, se lanzó en serio. El felino se vio forzado a defenderse en forma,
al notar que la espada multicolor zumbaba cada vez más cerca de su cuerpo. Aun
así, consiguió esquivar cada uno de los ataques. En un momento dado, aprovechando
una estocada directa de su rival, el cuadrúpedo saltó por encima de su
atacante, giró 180 grados y le propinó una sonora nalgada con su garra. Los
simios que presenciaban el combate aplaudieron entre carcajadas. Uno soltó su
coco con vodka, el cual cayó noqueando a una serpiente que presenciaba se
divertía enrollada en el suelo.
Aquello despertó la furia del cazador. No por la nalgada,
no por las burlas, sino porque al momento de caer se le salió su dentadura
postiza. Ya de pie recuperó su dentadura -que no el orgullo-, y aprovechando la
serpiente descalabrada, usándola a manera de látigo, consiguió enredar las
patas traseras de su presa. Esta cayó al suelo sin remedio. Entendiendo que no
tendría otra oportunidad, Gonzalo soltó la bokken-camaleón,
sacó un enorme cuchillo tipo bowie, el cual gritó “¡Ya llegué hijos de su
&#%$!” al verse feliz ante la oportunidad de entrar en acción, y se arrojó
encima de su víctima, a la que pudo asir con firmeza por el cuello.
En su declaración, los dos policías que iban en la
patrulla dijeron haber detenido al sujeto justo antes de que matara a un gato
callejero con un arma blanca. Otros testigos afirman que vieron al hombre desde
mucho antes, dando vueltas en el callejón de manera sospechosa, desnudo además
de la cintura hacia arriba. También se le encontraron dos dosis de fentanilo en
los bolsillos. Cuando fue identificado y acudieron a la universidad donde
laboraba, el encargado refirió a la policía que ya se la había amonestado en
dos ocasiones al doctor Martzen de que se abstuviera de usar el laboratorio
escolar para experimentar con drogas. Esta vez sería expulsado del campus. En
cuanto al gato, el pobre animal que ni la debía ni la temía, fue resguardado
por una asociación privada, y al poco tiempo adoptado por una familia que lo
amó hasta el final de sus días. Al menos para uno de los dos, la cacería tuvo
un final feliz.
Me lo tomé en serio hasta el dardo que cantó el himno de la alegría, luego ya me esperaba cualquier cosa. Divertido, por momentos me parecía ver dibujos animados.
ResponderEliminarpor un momento imagine que esta por atrapar a un tigre de Tasmania o algo similar, luego ya empezó a girar a un sentido humorístico. Hay parte que me gustaron y otras que simplemente no me hicieron nada. Aun así se nota que le pusiste empeño al trabajo. Gracias por participar, buen Camelot.
ResponderEliminarPrecisamente esas imágenes tenía en mente Indigo, algo muy próximo a las caricaturas animadas que solía ver de niño.
ResponderEliminarInteresante cacería de un gato tras tomar vete a saber qué porquería. Menos mal q al gato lo adopté yo jajjaa
ResponderEliminarJajaja, que bueno que terminaste adoptando al gato, Mery.
ResponderEliminarTrato de informarme sobre muchos detalles antes de iniciar un relato, DonDiego. Aunque no lo creas, la idea del Demonio de Tasmania sí pasó por mi mente, pero pensé mejor en algo desconocido.
ResponderEliminarSi no aparece una chica desnuda en el primer punto y seguido acabará aburriendo a la concurrencia en el primer párrafo.
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