Érase una vez un muchacho gitano sandunguero llamado Aladino que vivía en el lejano Oriente, una callejuela de un barrio de chabolas con su mama, en una casa hecha con tablones viejos y cartón. Tenían lo justo para vivir, así que cada día, Aladino recorría el centro de la ciudad en busca de algún pardillo al que robarle la cartera, pero eso sí, con mucha gracia.
En una ocasión paseaba entre los puestos de fruta del mercado, cuando se cruzó con un mondongo medio desnudo. Aladino se quedó sorprendido al ver aquel mondongo bailar "La Macarena" com si de King África se tratara.
– ¿Tú eres Aladino, el hijo del espetero?
– Sí, y es cierto que mi padre era un espetero del Puerto de Santa María, pero… ¿Quién eres tú, payo?
– ¡Soy tu tío Mondongo! No me reconoces porque hace muchos años que hago la dieta del pollo frito con patatas. Veo que me ibas a robar la cartera y los cuartos, pero no te preocupes, ya me la han robado antes.
Aladino bajó la cabeza un poco avergonzado. Parecía un mendigo y su cara sucia estaba tan llena de roña que no se le veían ni los ojos.
– Yo aquí no tengo ni un leuro, pero si vienes conmigo y me haces un favó, te prometo que no bailaré más La Macarena y te daré un leuro.
A Aladino le sorprendió la mierda oferta de ese mondongo semidesnudo, pero como no había robado ni una sola cartera en todo el día, le acompañó hasta una zona apartada lejos de los yonquis. Una vez allí, se pararon frente a un agujero en una pared del que salía una peste terrible, el agujero no era muy grande.
–Aladino, yo estoy demasiado gordo para entrar en ese agujerito. Entra tú y tráeme el porrón que hay al final en una mesa destartalada junto a un montón de mierdas varias y carteras llena de cuartos. No quiero que toques ni un leuro, sólo el porrón, y nada de beber ni una gota del rico vino que tiene dentro, que es Don Simón del bueno. ¿Entendido?
Aladino dijo sí con la cabeza y penetró en un largo corredor bajo de mierda que terminaba en una gran sala con paredes adornadas con graffitis de pollas. Cuando accedió a ella, se quedó asombrado. Efectivamente, vio el porrón lleno de vino, pero eso no era todo: la tenue luz le permitió distinguir cientos de carteras y billetes de quinientos leuros ¡Jamás había visto tanto dinero junto en toda su vida de ladronzuelo!
Cogió el porrón, pero no pudo evitar llenarse los bolsillos todo lo que pudo de leuros y muchas carteras, hasta parecer un muñeco de Michelín ladrón. Lo que más le gustó, fue un Rolex de oro que se puso inmediatamente en la muñeca.
–¡Menudo peluco payo! ¡Y me queda todo guapo!
Volvió hacia la entrada y al asomar su cabeza sucia por el orificio de un culo, el mondongo le dijo:
–Dame el porrón, Aladino.
–Te la daré, pero llévame a tu chabola.
–¡Te he dicho que primero quiero que me des el porrón, tengo mucha sed, soy un borrachuzo legendario!
–¡No, payo, ábreme un agujero, que no puedo salir!
El mondongo semidesnudo se enfureció tanto que tapó la entrada con un contenedor de basura, dejando al gitanillo dentro de aquel agujero lleno de mierda, casi se ahoga.
¿Qué podía hacer ahora? ¿Cómo salir de ahí con vida? Se lio un canuto, eso lo arreglaba todo.
Recorrió el lugar con la miraba tratando de encontrar una solución. Estaba absorto en sus pensamientos en pollas voladoras, acarició el Rolex para ver como brillaba la cara de Camarón y de él salió un Chiquito de la Calzada ¡Aladino comenzó a toser!
– ¿Qué deseas, pecador de la pradera? Pídeme lo que quieras, ¡por la gloria de mi madre!
El chico, con los ojos llenos de lágrimas, le dijo:
– Oh, bueno… Yo quiero que me lleves a mi chabola en un buga to guapo ahí, de esos con ruedas grandes y tapicería de cuero con la virgen de los Remedios y una cinta de Los Chunguitos.
En cuanto pronunció estas palabras, el genio dijo: "Tú pides mucho, cobarde. ¿No puede ser de Los Chichos?" Chiquito buscó un coche como el que pedía, y le hizo un puente, fue al chino de la esquina y compró una virgen de los Remedios, se fue a la gasolinera más cercana y buscó una cinta de Los Chunguitos. Se subieron al coche que conducía solo por arte de la gloria de su madre, comenzó a sonar "Dame Veneno". El gitano se asomaba por la ventanilla y presumía de su cochazo con los toxicomanos, le tiraban piedras y sus jeringas. Llegaron a la casa y su madre le recibió con una zapatilla en la mano. Con unos nervios que le temblaba todo el cuerpo, se lio un porrito y se puso a contar chistes malos de gitanos. Después, más tranquilo, cogió el porrón y le dio un trago, de allí salió Carmen de Mairena
–Yo soy como la Pantoja: polla que veo, polla que se me antoja.
Aladino y su madre se miraron estupefactos ¡Dos esperpentos en un día y nada de comer en la nevera de cartón piedra! El gitano sandunguero se lanzó a pedir lo que más le apetecía en ese momento.
– ¡Estamos deseando comer una buena tortilla de patatas y una litrona! ¿Puedes concederme eso?
Acto seguido, la vieja mesa de madera del comedor se llenó de con una inconmensurable tortilla de patatas con Carmen de Mairena lasciva en el centro, encima de ésta. Sin duda, el gitano acabo lleno a reventar y con un final feliz. Pero eso no acabó ahí porque, a partir de entonces y gracias al porrón mágico que ahora estaba en su poder, Aladino y su madre vivieron en una chabola más grande; todo lo que necesitaban podían pedírselo a Carmen. Procuraban no abusar de ella y se limitaban a solicitar lo justo, porque siempre demandaba más y más sexo.
Un día, en uno de sus paseos matutinos, Aladino vio pasar, subida en una litera, a Isabel Pantoja. Era la mujer más rica del lugar. Regresó a casa y Carmen de Mairena se puso celosa:
"Qué electricista, ni que electricista. Tengo el coño que me echa chispas".
¡Esta vez sí tendría que abusar de Carmen para conseguir un favor! Bebió el porrón y le pidió tener un cortijo, caballos y un traje de luces. Solicitó también un séquito de lameculos montados sobre derbis variant, que tiraran billetes de quinientos leuros para sorprender al sultán. Con todo esto se presentó ante él y tan impresionado quedó, que le dijo a su hija que cantara "Se me enamora el alma".
Aladino y la Pantoja, que así se llamaba, se casaron unas semanas después y desde el principio, fueron muy felices y dieron muchas exclusivas. Tenían amor y vivían el uno para el otro, Carmen de Mairena se convirtió en su amante.
Pero una tarde, Isabel vio por la casa el porrón, y se lo vendió a un trapero que iba vociferando con autotune. Por desgracia, el mondongo era ese trapero. Deseando vengarse, el gordo recurrió a Carmen y le ordenó, como nuevo dueño, que todo lo que tenía Aladino, incluida su mujer, lo enviara a la cárcel de Alaurín.
Y así fue… Cuando el pobre Aladino regresó a su chabola, no estaba su casa, ni sus guitarras, ni su esposa… Ya no tenía ni para liarse un canuto.
Comenzó a llorar con desesperación y añoró aquellas frases ingeniosas de aquella extraña mujer mezcla de Marujita Díaz y Sara Montiel y recordó que el anillo que llevaba en su dedo índice también podía ayudarle. Lo acarició y pidió al genio que le devolviera todo lo que era suyo pero, Chiquito se puso a contar chistes de niños feos.
– Mi amo, agua, aguaaaaaaa, ese caballo que viene de Bonanza, apetejandenauenao. No puedo, no puedo, no puedor. Sólo te puedo conceder reunirte con la Pantoja en régimen de visitas, por la gloria de mi madre.
Aladino aceptó y automáticamente se encontró en un bis a bis con su chorba. Sabían que sólo había una opción: hacerle un butrón al mondongo malvado.
Juntos, idearon un nuevo plan. Pidieron al genio del anillo una dosis de heroína adulterada y Aladino fue a esconderse. A la hora de la cena, Isabel entró sigilosamente en la cocina del mondongo donde tenía las jeringas de inyectarse todo lo malo del mundo, y le echó laxante adulterado en lugar de heroína en el porrón de su preciado vino Premium Don Simón. En cuanto se sirvió una copa y mojó sus labios, le entró un apretón, se quedó sentado en la taza del váter por dos cientos años.
Aladino e Isabel se abrazaron y corrieron a fumarse un canuto. Fue entonces cuando le contó a su mujer que su padre era un espetero y que él era un gitano sandunguero.
– Y ahora que ya lo sabes todo, querida, volvamos a nuestra chabola, mi amol.
– No, a partir de ahora viviré sola.
Le pegó un trago al porrón, y apareció Carmen vestida como Lola Flores.
– ¿Qué deseas esta vez, mi amo? ¿Una mamada?
– ¡Hoy me alegro más que nunca de verte! ¡Vamos a hacer lo que hace un hombre con una mujer! Me ha dejado la Pantoja.
– El amor, lo que hace un hombre con una mujer es el amor.
– Pues eso. Tengo mi maría y mi Carmen, no se puede pedir más.
Y Aladino y Carmen vivieron felices e hicieron el sexo siempre que quisieron. Isabel se volvió a su casa con el sultán y se quedó para vestir santos. El mondongo todavía duerme a día de hoy.
Pues está bueno el cuento, tiene su gracia, pero lamentablemente, y pienso que es por el país, por mí, y por las expresiones usadas, que no comprendí bien varias cosas, y que no logre reír ni sonreír nada al leerlas. :/ Aun así, Buen trabajo.
ResponderEliminarInvestiga,yo lo hago siempre que leo algo de otro país. Un saludo
EliminarMe pasó lo mismo que a DonDiego, quizá por ser de este lado del charco hubo cosas que no me quedaron claras, pero otras me causaron buenas risas.
ResponderEliminarPregúntame lo que quieras.
ResponderEliminarBien bueno, el cuento queda muy padre cuando entiendes las gerga de habla gitana y el mundo de la farándula andaluza.
ResponderEliminarMe he descojonado de la risa por lo fluida y graciosa guisa,historia que si no fuera por las cosas de la memoria que tiende a liarnos en lo temporal del cuento, mi amigo one, el euro es de este milenio. Es un relato ochentero, si no me equivoco, en aquella época eran duros y pesetas las monedas del delito, amiguito. ¿O no?
Son leuros, son leuros.
ResponderEliminarAladino y la lámapara maravillosa, con este título tiene que salir una historia gay, por narices. Tú te quedaste a medias con la Carmen. Me vale. Muchas risas con esta versión.
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