Desparramarse sobre el frío suelo es relajante y divertido, muy
divertido, y lo es aún más, sí en nada tienes que pensar, en que preocuparte. Eso,
y ver a través del cristal el derrape de zapatos de las enfermeras y enfermeros
que van y vienen, que vienen y van, también lo es. Algunas de las mujeres están
serias, otras alarmadas, y unas más, con cara no entender nada de lo que ocurre,
como en su primer día de trabajo. Pero eso sí, se nota que de verdad les
importara lo que ven.
Hace un momento…
Mientras tamborileo mis mejillas con los dedos y arqueo torcido
los labios, veo a los contentos divertirse en lo suyo: Alexis juega nuevamente
a trenzar arena con los pies, Thomas continúa la catedra de la semana pasada acerca
de las múltiples posibilidades de teletransportase dentro de un grano de arroz,
Lucia que no para de mecerse de atrás hacia adelante, amamanta con cariño a su
linda iguana de tres cabezas, y Fabiola, insiste en lamerse el codo, alegando
que con ello su tumor en la amígdala pineal logrará hacer eclosión, y al fin,
será libre para poder volar lejos, como una medusa de cuerpo trasparente que se
escapa hacia el infinito. Nadie está triste, nadie se preocupa por nada.
Hoy estoy emocionado, completamente fuera lo habitual, y es
que la inyección ya comienza a hacer efecto.
La habitación inicia a alargase hacia atrás y en vertical. Lo
lejano ahora parece cerca, y los sonidos alrededor comienzan a mineralizarse en
color, un color que palpita brumoso en las esquinas de mis ojos a cada decibel recibido,
y que lentamente discurren como pequeñas solitarias hacia mi paladar. Saben a vidrio
viejo y a hojas de afeitar. El tiempo entonces pierde ímpetu y frena a trompicones.
Tengo la sensación de estar dentro de una pintura, tieso; petrificado y solo.
Pronto, finas grietas nacen desde el frente y se extienden por todo el campo
visual hasta dejar delante mío una maraña de fisuras por las que se cuelan haces
de luz lila.
Un par de chasquidos de dedos borra de inmediato la imagen
que tenía en las pupilas y me devuelven enseguida la visión, solo que, no reconozco
nada de lo que veo.
—¡Sam, Sam, oye, Sam, despierta! No te duermas.
—¡Eh! ¡¿Qué?! ¿qué? ¿Dónde?
—Sam, por favor, pon atención a lo que dice el director. Es
importante.
—Mmrh, —carraspeó y me miró acusadoramente—. Como le decía,
Señora Mercedes, su hijo pateó en el rostro a uno de sus compañeros de clase. ¿Entiende
lo grave de la situación? Sus padres pueden demandar, no, no, van a demandar. El
pobre chico ahora orina sangre. Y es que golpearle los genitales… ¿En que
estabas pensado Sam?
—Ustedes no entienden. ¡Él intento poseerme a la fuerza! Sus
apéndices ya me llegaban al esófago y estaban por salirme del…
—¡Sam! Te lo he dicho mil y una veces. ¡Te dejas y punto!
—Pero, pero…
—Pero nada. Tus seis padres sabrán de esto. Por favor, ya
crece, que tu etapa larvaria ya casi ha concluido.
—Pero, pero… Mamá.
— Nada, nada. ¡Ah! Y olvídate de tus vacaciones en Alfa Centauri.
A ver si así aprendes.
—¡¡¡No!!!
Un poderoso destello me abraza el cuero y me hierve las
retinas, obligándome a cubrirme el rostro en defensa. Lo siguiente que presencio
tampoco lo entiendo.
—Mmmn, ¿ya no corres más? Corre, anda, corre. Mmm…, que aburrido
eres.
—Oí, Devora, ¿qué haces?
—Ah, ¿Rex? Nada. Aquí jugado con un bichejo que me encontré atrás
del refri.
—Oye, pero que feo es. Ten cuidado, no te vaya a saltar y
morder.
—No, no lo creo. Ya está medio muerto. Además, fue muy lento
y torpe al intentar escapar de mí. Se tropezaba a cada rato. Bicho tonto.
—Ajá, sí, bueno, pero ya déjalo, y vamos a merendar. Llegaron
visitas y quieren verte.
—Umjú. Solo deja le arranco las alas y lo quemo con mi lupa,
y en seguida te alcanzo.
—Ok, pero no tardes. Mamá preparó lo que más te gusta: Humanos
a la naranja. Tu favorito.
—¡Voy!
El vehemente calor volvió, y mis chillidos de dolor
acompañados de arañazos al aire terminaron tan pronto como comenzaron.
Tiempo después…
—¿Y tú sabes qué fue lo que utilizó?
—No, nadie sabe. Y el laboratorio perdió la evidencia. Nunca
sabremos qué fue lo que usó y mucho menos el por qué lo hizo.
—Es una pena. Con lo
buena persona que era. Dices que estabas presente cuando pasó, ¿no?
—Sí, estaba en turno. Fue traumante, verlo tirado en el piso
con la nariz sangrando, los ojos en blanco y convulsionando… ¿Sabes…? La jeringa
que tenía a lado era enorme.
—Dios. ¿Qué lo habrá llevado a hacer tal cosa?
—No lo sé. Vivía bien, tenia buen sueldo y nunca escuche que
se quejara del trabajo o de la familia… A veces…, a veces las personas que más
normales vemos, son quienes más problemas tienen por dentro.
—Sí…
—Pero, bueno, mírale el lado bueno, al menos ahora sonríe. Cosa
que antes nunca le vi hacer…
—En efecto, sonreía, pero tenía la mirada perdida—.
Fin.