El lugar en cuestión bien podría ganarse el nombre del Enemigo
Natural de toda nariz sensible sin problema. Pero, para la pequeña Susy, quien se
había acostumbrado a los vapores fétidos de montañas de basura, a las nubes de moscas
de color iridiscente sobre cuerpos hinchados, así como a las aves de rapiña sobrevolando
constantemente el cielo gris, no, no era tal el caso para ella. Para ella, este
sitio no se diferenciaba de cualquier otro; normal. Por lo que, rara vez
se sintió insegura o infeliz al estar dentro o fuera de casa, muy a pesar de
vivir en el centro de tan espesa polución. Claro, que, a sus cortos siete años
de edad, tampoco le había dedicado demasiado tiempo a pensar, a si realmente era
feliz o no. Así había vivido desde que tenía uso de razón, así se había establecido
su forma de vivir. No hubo otro modo de vida para ella.
La luz fría de la Luna bañaba a plomo la morada de la chiquilla.
Una humilde casita erguida con tablones viejos, láminas de cartón, plásticos
varios y un par de llantas de tractor como pilares principales. Dentro, la niña
no conseguía mantener por más de tres segundos los parpados juntos, pues, desde
que escuchó ese terrible, pero muy, muy lejano, grito preñado de dolor y espanto,
su sueño se había diluido sin dejar pista. Temblorosa, recogió sus pies, y subió
la manta, hecha de retazos de otras, a la altura de sus ojos. Manteniéndose alerta
ante cualquier mínimo ruido proveniente del exterior. El tiempo pasó y con ello
la nada se mantuvo constante. Tal vez lo que había escuchado lo había imaginado,
tal vez antes de despertar, ese alarido que le había sacudido la sangre, había nacido
sin causa ni razón en alguna parte de su inconsciente. Un mero rumor fantasma
creado involuntariamente por una mente tierna e inocente. Escenarios similares habían
ocurrido otras veces, y la nada era la única que se presentaba con el pasar del
tiempo. No obstante, esta vez, el ambiente parecía dar pie a otra cosa. Algo que
no marchaba con la normalidad de siempre. El silencio era demasiado puro, demasiado
claro. Un hecho extraño en sí mismo, dado que el basurero en materia era el más
grande de toda la cuidad. Por las noches el chacchar de las ratas nunca faltaba,
las peleas de gatos en celo, menos, y, o el lamento de un perro sarnoso hacia
la luna, tampoco, siempre estaba presente, o lo uno, o lo otro. Pero esta vez
el silencio parecía falso, engañoso, siniestro.
Sus pupilas dilatadas deambulaban de un rincón a otro,
intentando encontrar el más mínimo vestigio de cambio, tratando de dar forma concisa
a las sombras acunadas en la penumbra del hogar. Ya que fuera lo que fuera, si
es que en serio hubiera algo ahí, no lo dejaría pasar inadvertido. Con cada
segundo que trascurría, con cada minuto de fría soledad, resolvía con mayor firmeza
que en realidad no existía nada a lo que temer, que lo cierto era que no había nada
espeluznante asechando cerca suyo, agazapado, observando en la oscuridad; con
sus fríos ojos rojos y sus tres hileras de dientes puntiagudos empapados en sangre.
No, nada de eso se había presentado. Bueno, eso era cierto, hasta que, justo en
el momento en el que ya volvía a sumergirse en el mundo de los sueños, escuchó un
vacilante arrastrar de pasos, seguido de un pesado y abrumador hedor acompañado
con el crujir de la vieja puerta de madera de su casa al ser empujada.
Por un instante pensó: Es mamá quien vuelve del trabajo. Pero
la insoportable peste le refutó enseguida tal idea. No, no era mami quien se
adentraba en su residencia. Y esto le fue confirmado con mayor solidez, apenas
vio como un cumulo de polvo fue expulsado del suelo al aire. La silueta que
poseía tal extraño ser se ajustaba a la perfección a la de perro gigante, O eso
es lo que Susy atinaba a teorizar, y a enfocar a través de los pequeños cuadros
de la desgastada tela que le servía tanto como de escondite, como de escudo. La
criatura se introdujo pesadamente en la vivienda, olfateando el piso con sus enormes
fosas nasales parecidas a ventosas viscosas de calamar, y usando, sus largos apéndices
en el lomo para tantear la atmósfera del interior. No, no notó nada en especial,
a pesar de escudriñar por largo rato la habitación. Así que, sin más dilatación,
dio media vuelta para salir por donde vino, pero antes de salir por completo, alzó
hacia el techo su pesado morro; lo abrió en cuatro direcciones distintas, y chilló.
El aullido emitido por la criatura fue tan potente y desgarrador que la pobre
Susy sin querer dejo salir de su cuerpo un roció de pavura. Y como si la
criatura hubiese de pronto recobrado el olor de una presa perdida, se volvió enseguida
en dirección de la niña. Poco, muy poco después, comenzaron los gritos.